Dentro de las mujeres contemporáneas, las diosas existen como arquetipos y pueden
–como en la antigua Grecia- conseguir lo que les corresponde y reclamar potestad sobre sus
súbditos. Incluso sin saber a qué diosa está sometida, una mujer puede, no obstante,
―prestar‖ fidelidad a un arquetipo concreto durante un tiempo o durante toda su vida.
Por ejemplo, durante la adolescencia, una mujer puede haber estado completamente
loca por los chicos; puede que hay tenido relaciones sexuales tempranas y haber corrido el
riesgo de embarazos no deseados, sin saber que estaba bajo la influencia de Afrodita,
diosa
del Amor, cuyo impulso hacia la unión y la procreación puede coger desprevenida a una joven
inmadura. O puede haber estado bajo la protección de Artemisa,
que valoraba el celibato y
adoraba la vida natural, y que tal vez haya sido una joven loca por los caballos o una ―girl
scout‖ de mochila. O quizá haya sido una joven Atenea,
con la nariz metida siempre en un
libro o participando en un concurso de conocimientos, motivada por la diosa de la sabiduría
para obtener reconocimiento y buenas notas. O, desde que jugaba con sus primeras
muñecas, tal vez fuese una Deméter
en ciernes, fantaseando sobre cuándo podría tener su
propio bebé. O quizá fuera como la doncella Perséfone
cogiendo flores en el prado, una joven
sin metas definida a la espera de que algo o alguien la entusiasmen.
Todas las diosas son patrones potenciales en la psique de todas las mujeres, aunque
en cada mujer concreta algunos de estos patrones están activados (energetizados o
desarrollados) y otros no.
Del mismo modo, las diosas pueden estar presentes varios al mismo
tiempo, se activan en una determinada mujer, en un momento específico, depende del efecto
combinado de una pluralidad de elementos que interactúan entre sí: predisposición de la
mujer, familia y cultura, hormonas, otras personas, circunstancias no elegidas, actividades
escogidas y fases de la vida.
El entorno familiar y las diosas
Las esperanzas de la familia de la niña apoyan a unas diosas y suprimen otras. Si los
padres esperan que las hijas deben de ser ―dulces como el azúcar y la miel‖ o ―la pequeña
ayuda de su madre‖, entonces están premiando y reforzando las cualidades de Perséfone y
de Deméter. Una hija que sabe lo que quiere y que espera tener los mismo privilegios y
oportunidades que su hermano puede que sea llamada ―testaruda‖, cuando sólo está siendo
su misma Artemisa persistente, o puede que se le diga que se ―comporte como una chica‖,
cuando simplemente está siendo su propia Atenea que actúa como un muchacho más.
Además, en la actualidad, una niña pequeña puede encontrarse en un patrón inverso de
aprobación-desaprobación: puede que sea disuadida de quedarse en casa jugando a ―ser
mamá‖ o ―ama de casa‖ (que tal vez sea lo que quiere hacer). En su lugar, se la inscribe para
jugar al fútbol y se la matricula en la educación preescolar (que es donde sus padres quieren
que prospere).
El patrón de la diosa intrínseco a la niña interactúa con las esperanzas familiares. No
porque la familia desapruebe a la diosa en cuestión, la niña dejará de sentir como siente,
aunque puede que aprenda a no actuar de manera natural y que su autoestima sufra por ello.
Si ―su diosa‖ se encuentra favorecida en su familia, puede que también se produzcan
inconvenientes. Por ejemplo, una niña que tienda a seguir a los demás por ser
fundamentalmente como Perséfone, puede tener dificultades en saber lo que quiere tras años
de ser gratificada por agradar a los demás. Y la Atenea en ciernes que salta de una clase a
otra superior, refuerza sus capacidades intelectuales a expensas de la amistad con sus
compañeras. Cuando el patrón intrínseco y la familia ―conspiran‖ para hacer que una mujer
se acomode a una diosa, su evolución se vuelve unilateral.
Si la familia recompensa y alienta a la niña para que desarrolle lo que viene de
manera natural, ésta se siente bien consigo misma a medida que hace lo que realmente le
importa. Lo contrario le ocurre a la niña cuyo patrón de diosa se encuentra con la
desaprobación de su familia. La oposición no cambia el patrón intrínseco, sino que
simplemente hace que la niña se encuentre mal consigo misma por tener los rasgos e
intereses que tiene. Y la hace sentirse falsa si aparenta ser distinta de lo que es.
El efecto de la cultura en las diosas
¿Qué ―diosas‖ apoya la cultura a través de los papeles que permite desempeñar a las
mujeres? Los estereotipos de mujeres con imágenes positivas o negativas de arquetipos de
diosas. En las sociedades patriarcales, los únicos roles aceptables suelen ser los de la
doncella (Perséfone), la esposa (Hera) y la madre (Deméter). A Afrodita se la condena como
―la puta‖ o ―la tentadora‖, que son una desvalorización de la sensualidad y de la sexualidad
de este arquetipo. Una Hera que se afirma a sí misma o se enfada se convierte en ―la arpía‖.
Y algunas culturas, del pasado y actuales, niegan activamente la expresión de independencia,
inteligencia o sexualidad en las mujeres, de manera que reprimen cualquier indicio de
Artemisa, Atenea o Afrodita.
Las vidas de las mujeres están moldeadas por los roles tolerables y las imágenes
idealizadas de cada época. Estos estereotipos favorecen a algunos patrones de diosas sobre
otros. En los Estados Unidos, durante las últimas décadas, se han producido cambios
fundamentales en ―lo que se espera que debe ser una mujer‖. Por ejemplo, la ola de
nacimientos subsiguiente a la segunda guerra mundial resaltó el matrimonio y la maternidad.
Fue una época de realización para las mujeres que poseían el instinto maternal de Deméter.
Pero fue una época difícil para las mujeres Atenea o Artemisa que tenían curiosidad
intelectual, que eran competitivas y querían expresar lo mejor de sí mismas o el logro de
objetivos en cualquier tarea diferente a la de crear una familia. Las mujeres iban al colegio
para obtener su título de estudios secundarios y, una vez casadas, solían abandonar los
estudios. El ―espíritu de familia‖ en vecindad era el ideal. Las mujeres americanas no se
detenían al tener dos hijos, sino tres, cuatro, cinco o seis. Hacia 1950, el índice de natalidad
en los Estados Unidos igualó al de la India por primera y única vez.
Veinte años después, los años 70 fueron la década del movimiento feminista (años
excelentes para Artemisa y Atenea). Los tiempos fueron favorables para las mujeres
motivadas para triunfar. Las feministas y las mujeres profesionales tomaron el escenario.
Estudiaron muchas más mujeres que nunca, para conseguir doctorados y licenciaturas en
administración de empresas, medicina y derecho. Se rompieron cada vez más las promesas
de matrimonio ―hasta que la muerta nos separe‖, y disminuyó la tasa de nacimientos.
Mientras tanto, las mujeres motivadas por la necesidad de Hera de ser compañera y la de
Deméter de tener hijos funcionaban en un clima cada vez más insoportable.
Cuando determinados patrones arquetípicos en algunas mujeres encuentran el amparo
de la cultura, esas mujeres pueden hacer los que internamente tiene sentido para ellas y
pueden recibir la aprobación externa. El apoyo institucional cuenta mucho. Por ejemplo, las
mujeres con una mente lógica innata necesitan tener acceso a la educación superior para
desarrollarse intelectualmente. Las mujeres con un enfoque espiritual tipo Hestia progresan
en comunidades religiosas.
El efecto de las hormonas en las diosas
Cuando las hormonas cambian de manera espectacular –en la pubertad, durante el
embarazo y con la menopausia- se refuerzan algunos arquetipos a expensas de otros.
Durante la pubertad, las hormonas responsables del desarrollo genital y de los pechos,
pueden estimular la sensualidad y la sexualidad que son características de Afrodita. Algunas
niñas, cuando se desarrollan físicamente, se convierten en jóvenes mujeres Afrodita; otras
desarrollan los pechos y empiezan sus menstruaciones, pero no dirigen su interés hacia los
chicos. El comportamiento no está determinado únicamente por las hormonas, sino mediante
la interacción de éstas con los arquetipos de las diosas.
El embarazo estimula un aumento masivo de la hormona progesterona, que mantiene
fisiológicamente el embarazo. Las diferentes mujeres también reaccionan de manera
diferente a este aumento. Algunas quedan satisfechas emocionalmente a medida que sus
cuerpos se ensanchan con el niño, y se sienten como la encarnación de Deméter, la diosa
madre. Otras parecen olvidarse casi del embarazo y difícilmente faltan a un solo día de
trabajo.
La menopausia –el final de la menstruación producida por una reducción del estrógeno
y de la progesterona- es otro de los periodos de cambio hormonal. La manera en que
reacciona al mismo tiempo una mujer depende, de nuevo, de la diosa que esté activa. Por
cada Deméter afligida que padece una depresión por el ―nido vacío‖, parece que existen –
como señaló la antropóloga Margaret Mead- otras mujeres con una oleada de E.P.M. o
―entusiasmo posmenopáusico‖ (en inglés P.M.Z. ―postmenopausal zest‖). Este aumento
puede suceder cuando una diosa energetizada de nuevo puede ahora tomar su ligar,
esperado durante tanto tiempo.
Incluso durante los períodos menstruales, algunas mujeres experimentan ―un cambio
de diosa‖ cuando hormonas y arquetipos interactúan y producen un impacto en sus psiques.
Las mujeres que son sensibles a estos cambios notan que durante la primera mitad del ciclo
parecen más conectadas con las diosas independientes, especialmente, Artemisa o Atenea,
con su enfoque extravertido y de entrada y salida del mundo. Después, durante la segunda
mitad del ciclo, cuando aumenta la progesterona –hormona facilitadota del embarazo-,
perciben que sus tendencias ―para construir el nido‖ parecen más fuertes y que sus
sentimientos hogareños y dependientes se vuelven más pronunciados. En esos momentos las
influencias más fuertes son las de Deméter, Hera, Perséfone o Hestia (3).
Estos cambios hormonales y de diosas pueden producir conflictos y confusión, a media
que es primero una diosa la que cobra relevancia y después otra. Un modelo clásico es la
mujer independiente Artemisa, que vive con un hombre resistente al matrimonio o con un
hombre que siente que no tiene madera de marido. Vivir juntos constituye un compromiso
que le conviene hasta que se produce el cambio hormonal. En algún momento de la segunda
parte del ciclo, la necesidad de Hera de ser compañera recibe apoyo hormonal. El no estar
casada agita en esos momentos sentimientos de resentimiento o de rechazo que conducen a
una pelea mensual o a una minidepresión que, con toda predicitibilidad, terminan cuando
acaba el periodo.
Las personas y los acontecimientos activan las diosas
Una diosa puede volverse activa y brotar a la vida cuando el arquetipo es provocado
por una persona o un acontecimiento. Por ejemplo, una mujer descubre que la situación de
desamparo de otra persona es un irresistible estímulo para dejar de hacer lo que está
haciendo y ser una Deméter solícita. Este cambio puede producir un efecto negativo en su
trabajo, por ser lo que suelo dejar de lado. Emplea demasiado tiempo en llamadas telefónicas
personales, escuchando los problemas de los demás. Con demasiada frecuencia se precipita
afuera en misiones de caridad, poniéndose al borde se ser despedida. Otra mujer puede
descubrir que una marcha feminista le transforma en una Artemisa hecha y derecha
dispuesta a vengar intrusiones en el territorio de las mujeres, al sentir una oleada de
hermandad y fuerza. Y los asuntos económicos pueden convertir, sin embargo, a otra mujer
de ser una persona despreocupada y orientada hacia las relaciones personales, en una
Atenea que lucha por el ―mínimo aceptable‖, muy rigurosa en los contratos en cuanto a la
parte que le corresponde.
Cuando una mujer se enamora, el cambio amenaza a las prioridades, internamente,
en el nivel arquetípico, puede que ya no se mantengan los viejos patrones. Cuando se activa
Afrodita, puede desvanecerse la influencia de Atenea, haciendo que su promoción profesional
sea menos importante que su nuevo amor. O puede que los valores pro-matrimonio de Hera
sean superados si se produce una infidelidad.
Si el aspecto negativo de una diosa se activa por las circunstancias, aparecen
síntomas psiquiátricos. La pérdida de un hijo o de una relación significativa puede convertir a
una mujer en una afligida madre Deméter que deja de funcionar y se siente, simplemente,
profundamente deprimida e inalcanzable. O la proximidad de su marido a una mujer atractiva
–sea una compañera de trabajo, una empleada o una vecina- puede invocar a la Hera celosa,
haciendo que una mujer se vuelva desconfiada y paranoica, que ve engaños e infidelidad
donde no las hay.
El “hacer” activa las diosas
El dicho ―hacer es hacerse‖ expresa cómo pueden evocarse o desarrollarse las diosas
mediante el curso elegido de una acción. Por ejemplo, la práctica de la meditación puede
activar o fortalecer gradualmente la influencia de Hestia, la diosa introvertida y enfocada
hacia dentro. Como los efectos de la meditación misma, sin subjetivos, la única persona que
suele notar la diferencia es la misma mujer. Puede que medite unas dos veces al día y que
entonces se ocupe de sus quehaceres cotidianos, sintiéndose más ―centrada‖, disfrutando de
momentos de bienestar tranquilo característicos de Hestia. A veces, los demás también notan
la diferencia, como pasó con el personal de oficina de una supervisora de asistentes sociales,
que se dio cuenta de que, cuando meditaba, ésta tenía menos prisas y se volvía más calmada
y compasiva.
En contraste con los efectos graduales de la meditación, una mujer que toma drogas
psicoldélicas puede alterar su percepción de manera precipitada. Aunque los efectos suelen
ser pasajeros, pueden producirse cambios duraderos de personalidad. Por ejemplo, si una
mujer que es dominada por Atenea –la diosa pragmática de mentalidad lógica- toma una
droga psicoldélica, puede descubrirse disfrutando de sus sentidos para variar. Lo que es más
intenso y bello, se queda completamente absorta en la música, se siente sensual y que ella
es mucho más que su mente. Tal vez Afrodita se le haga familiar y disfrute de experiencias
intensas en el presente inmediato. O puede que contemple las estrellas, sentirse una con la
naturaleza, o ser por una ver Artemisa, diosa de la luna, la cazadora cuyo reino era la
naturaleza. O quizá la experiencia de la droga le lleve al ―mundo subterráneo, en donde viva
la experiencia del contenido intangible e irracional del inconsciente. Tal vez se deprima, tenga
alucinaciones o quede aterrorizada si su experiencia se asemeja al secuestro de Perséfone en
el mundo subterráneo.
Una mujer que elija continuar su educación más allá del bachillerato favorece el
desarrollo de las cualidades de Atenea. Una mujer que elija tener un bebé invita a fortalecer
la presencia de la maternal Deméter. Y apuntarse a una excursión con mochila en plena
naturaleza proporciona más expresión a Artemisa.
Invocando a las diosas
Muchos de los himnos homéricos son invocaciones a las deidades griegas. Por
ejemplo, un himno homérico puede crear la imagen de una diosa en la mente de quien lo
escucha, al describir su apariencia, atributos y hazañas. Entonces se la invita a estar
presente, a entrar en un hogar, a dar una bendición. Los griegos de la antigüedad sabían algo
que nosotros podemos aprender: las diosas pueden ser imaginadas y, después, invocadas.
En los capítulos sobre las diosas concretas, los/as lector/as tal vez descubran que no
están familiarizados/as con alguna de ellas. Tal vez se encuentren con que un arquetipo que
les sea enormemente útil no esté desarrollado suficientemente o que, aparentemente, les
―falte‖ dentro de sí. Es posible ―invocar‖ dicha ―diosa‖, haciendo conscientemente un esfuerzo
para ver, sentir o tener la sensación de su presencia –visualizarla mediante la imaginación- y,
después, pedir su fuerza singular. He aquí unos ejemplos de invocaciones.
● Atenea, ayúdame a pensar con claridad en esta situación.
● Perséfone, ayúdame a permanecer abierta y receptiva.
● Hera, ayúdame a comprometerme y ser fiel.
● Deméter, enséñame a ser paciente y generosa, ayúdame a ser una buena madre.
● Artemisa, manténme centrada en ese objetivo lejano.
● Afrodita, ayúdame a amar y a disfrutar mi cuerpo.
● Hestia, hónrame con tu presencia, dame paz y serenidad